La arquitectura sagrada, mágica y profana ¿Qué son y en qué se diferencian?

La arquitectura, como todo el arte simbólico en la historia cíclica de la humanidad, tiene como propósito primordial la transmisión del conocimiento sagrado universal. Con el paso de las eras, este conocimiento ha ido perdiéndose y degenerando pérfidamente hasta llegar a nuestro presente, donde todo constructo simbólico en la arquitectura del arte ha sido invertido. El fin de todo esto no es otro que el de alcanzar el infrahumanismo; el sometimiento absoluto de las masas ignorantes y esclavas que componen la civilización moderna a garras de unos pocos altos iniciados que, por herencia, aún guardan parte de estos conocimientos. La arquitectura es algo fundamental en la transmisión y confluencia de las energías que se manifiestan y componen el plano que habita todo ser vivo. La utilización de estos mecanismos nunca serán inofensivos, y por supuesto, en la ingeniería arquitectónica de las grandes capitales del mundo (repletas de ganado humano) no lo son. Entender y comprender estos principios tiene una importancia capital. Es por ello que, desde Exégesis Diario, proponemos un acercamiento a los distintos tipos de arquitectura que persisten solapándose en el paisaje urbano y cotidiano de la humanidad. Fragmento que pertenece al autor español IBN Asad y su obra, La danza final de Kali.
Arquitectura sagrada, Arquitectura mágica y Arquitectura profana
Ante todo, destacar que estas tres actividades se diferencian rigurosamente, sin tener ningún punto común entre ellas, salvo que en las tres interviene el elemento arquitectónico (por lo demás, de modos distintos). Nunca se insistirá suficiente en esto, pues estamos hablando de tres dominios completamente diferentes. Dos de esos dominios son –por lo común- ignorados o malentendidos en la actualidad, hasta el punto que cuando se habla de “arquitectura” se sobrentiende que se está hablando de la “arquitectura profana”. Además, esta ignorancia es la que pretende abordar cualquier elemento arquitectónico de cualquier tradición y de cualquier época, a través de la perspectiva de la “arquitectura profana”, la cual no es sino la concepción arquitectónica de la modernidad. Por ello, explicaremos estas tres actividades brevemente pero con detalle con respecto a sus diferencias, en un orden que -además de ser el propio al proceso de manifestación- también puede asociarse (si bien no estrictamente) a cierto flujo temporal histórico.
“Arquitectura sagrada”: Desde una perspectiva primordial, toda actividad humana se lleva a cabo conforme a unos principios metafísicos que suponen ser el centro de todo arte y ciencia (estando estos dos conceptos completamente unidos). Así, la actividad arquitectónica sería –con rigor- un medio de conocimiento de esos principios; y el elemento arquitectónico, un símbolo de conocimiento y un soporte de transmisión gnoseológica. Por supuesto, actualmente se ignora la naturaleza de esta arquitectura. No sólo eso: se osa interpretar los escasos vestigios de “arquitectura sagrada” al modo moderno, extrayendo unas conclusiones que serían cómicas si no fuera por sus tristes consecuencias. Por nuestra parte, no cometemos ese error y asumimos nuestra ignorancia: no se pueden interpretar los vestigios de este dominio, no sólo porque la arquitectura no era la misma cuando se llevaron a cabo esas obras, sino porque que el hombre tampoco era el mismo, e incluso el propio mundo no era el mismo. El hombre moderno –ignorando completamente estas materias- no sólo pretende “estudiar” algo sobre lo cual está incapacitado para comprender mínimamente, sino que lo convierte en su “patrimonio cultural”, su “patrimonio nacional”, o –peor aún- “patrimonio de la humanidad” a través de instituciones como la UNESCO. Y la cosa no se queda ahí: los restos de esta “arquitectura sagrada” ya “patrimonizada”, se llegan a convertir en un “reclamo turístico” para que masas de esclavos (llamados turistas) los fotografíen compulsivamente sin ninguna conciencia de lo que están haciendo y sus efectos. Quizá por suerte, estos vestigios son escasos, y los académicos modernos jamás podrán ubicarlos con exactitud en su falaz tiempo histórico. De hecho, esta “arquitectura sagrada” se acostumbra a confundir (tanto espacial como temporalmente) con una “arquitectura mágica” ya propia del kali-Yuga, sumamente presente en el mundo moderno, que exponemos brevemente a continuación.
“Arquitectura mágica”: En primer lugar, es preciso definir qué es con propiedad la “magia”, y qué significado deforme se le da actualmente a esta palabra. Una de esas deformaciones es atribuir a la “magia” un carácter extraordinario y maravilloso, hasta el punto que el adjetivo “mágico” usado por el massmedia tiene exclusivamente este significado. Nada más lejos de la realidad: nada hay de extraordinario ni maravilloso en la “magia”, sino más bien todo lo contrario. La “magia” es la aplicación del conocimiento tradicional para obtener un fin cualquiera, que puede ser interpretado como “benéfico” o “maléfico” por una subjetividad. En otras palabras: es una aplicación al servicio de un fin; por lo tanto se tratará de una actividad siempre de orden inferior, muchas de las veces de motivación ególatra, y en no pocas ocasiones con finalidades subversivas. Vemos entonces que la “magia” es más sinónimo de “vulgaridad” y de “degeneración” que de “maravilla”, y es la propia actividad mágica la que da pie al proceso de decadencia ulterior de la actual humanidad, lo que la tradición india designa como kali-Yuga. La “magia” –así entendida con rigor- existe como una inversión de la “iniciación”: mientras el “iniciado” hace para conocer y realizarse a sí mismo, el “mago” conoce para hacer y manifestar algo exteriormente. Dado el carácter utilitarista, práctico, superficial e ignorante de la Civilización Occidental, la “magia” tendrá una importancia de primer orden, hasta el punto que en el desarrollo más postrero de la civilización, el mismo término “magia” será utilizado como slogan publicitario (“Déjate seducir por la magia de...”), medios de control mental de masas (“La magia del cine de Hollywood...”) o nefastas organizaciones de manipulación y destrucción de la infancia (“La magia de Walt Disney...”). Se entenderá que nada de fantástico ni maravilloso hay en la magia; al contrario: sólo la cruda realidad de la loca ambición de algunos pocos hombres por controlarlo todo, incluidos a los propios seres humanos.
En lo que respecta a la arquitectura, la “magia” se aplicará para modificar el campo energético de una región, continente o toda la tierra, y por lo tanto, modificar también la percepción, pensamientos y emociones de sus habitantes, generalmente con fines políticos. La “arquitectura mágica” modificará el espacio a capricho del “arquitecto mago”; será por lo tanto, una inversión de la “arquitectura sagrada”, hasta el punto de que se le puede llamar –con toda propiedad- “arquitectura sacrílega”. Si hay lectores que sólo pueden permanecer incrédulos a estas materias, les invitamos a cuestionarse por qué son tan crédulos ante las interpretaciones oficiales de ciertas construcciones (tanto del mundo antiguo como del moderno) tan sumamente estúpidas que insultan cualquier forma de inteligencia. Según el academicismo moderno, el zigurat babilónico tiene precisas correspondencias astrológicas por una suerte de capricho (o –peor aún- superstición) arquitectónico (¿El arquitecto babilónico se aburría hasta tal punto que no tenía otra cosa que hacer que alinear la construcción con los movimientos celestes?), las grandes pirámides egipcias son megalómanas tumbas funerarias (¿Tan cretinos pensamos que eran los faraones que creemos que exigían ser sepultados en moles de miles de toneladas y con una caprichosa forma piramidal), los obeliscos romanos son conmemoraciones de victorias bélicas y homenajes a importantes militares (¿qué maldita necesidad había de homenajear a generales a través de monolitos de incómoda extracción y aún más incómodo transporte?), la Torre Eiffel es un inservible amasijo de metal que tras la Exposición Universal de 1889, los franceses decidieron dejar en pie como símbolo de la ciudad, la estatua de la libertad es un cariñoso regalito que los franceses dieron a los norteamericanos como monumento a la libertad, el LondonEye es una moderna noria colocada con la entrada del milenio para que los turistas tengan una maravillosa vista de la ciudad de Londres... Por supuesto, estas absurdas versiones (y muchísimas más) son las que cimientan la percepción del mundo (como construcción arquitectónica) por parte del hombre moderno. Así, toda esta serie de sinsentidos son los que se hacen “creíbles” por el mero hecho de ser lo que todo el mundo ha escuchado, aun siendo soberbias estupideces. ¿Cómo el hombrecito común puede llegar a creer en una versión de los hechos tan infantil? Pues precisamente a través de una serie de mecanismos de control sobre él, entre los que se encuentra la “arquitectura mágica”. Profundizaremos en esta arquitectura en los apartados posteriores, pues el objeto de este capítulo se circunscribe a ella.
Además, esta “arquitectura mágica” puede ejercer de base y estructura de la “arquitectura profana”. Incluso puede llegar a solaparse, mezclarse o ocultarse en ella. ¿Qué “arquitectura profana” es esa?
“Arquitectura profana”: Respuesta a la pregunta anterior: pues la arquitectura que todos conocemos, la que los estudiantes de arquitectura estudian, y la que las universidades modernas enseñan. Volcada exclusivamente en la utilidad y levantada según variables e inexactas teorías estéticas, la “arquitectura profana” o “moderna” construye la ciudad (“polys”) para la actividad del ciudadano (para fines “políticos”). Es la practicidad la que da sentido a la actividad arquitectónica moderna: el habitante necesita habitar, se construye una casa; el rey necesita gobernar, se construye un palacio; el juez necesita juzgar, se construye un juzgado; los parlamentarios necesitan parlar, se construye un parlamento; el enfermo necesita hospitalización, se construye un hospital; el funcionario necesita funcionar, se construye un ministerio; el preso necesita ser apresado, se construye una cárcel; los artistas necesitan mostrar, se construye un museo; la industria necesita fabricar, se construye una fábrica... Hasta tal punto llega este utilitarismo, que la vivienda (la casa) deviene una “máquina de habitar”, tal y como enunció sin complejos el famoso arquitecto del siglo XX LeCobusier. Viviendo entonces en “máquinas de habitar”, el ser humano se convierte él mismo en una “máquina de vivir”, hacinado en las ciudades modernas en una suerte de colmenas infrahumanas en forma de “bloques”, de “apartamentos”, de “pisos”. Esta “arquitectura profana” es la que se estudia en las modernas facultades de arquitectura, es la que fotografían hordas de turistas urbanos, es la responsable de maravillas como Los Angeles, Londres, México DF, Sao Paulo, Caracas, Tokio, Dubai, Pekín, Las Vegas, Paris, Madrid, Telaviv, Moscú, Nueva Delhi, Johannesburgo... y demás paraísos terrenales de asfalto y metal. Todos sabemos de la grandiosidad de este tipo de arquitectura, y que el Establishment se vanagloria de ella con premios, exposiciones y galardones que él mismo se otorga. Lo que no todos saben es que –muchas de estas ciudades modernas- tienen como estructura, claros modelos en base a la “arquitectura mágica” la cual ya ha sido definida con rigor.