Lee, relee y trabaja

LA POSTAL - BLOG 15 de noviembre de 2020 Por Exégesis Diario
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"La historia de los libros es inagotable. A pesar de su vastedad, todavía son muchos los saberes que se nos fugan de las manos. La información pulula, el conocimiento se esconde y la sabiduría mengua en nuestros tiempos. El ser humano parece feliz en su incondicional entrega a la tontería del mundo; pero no es que el mundo sea tonto, tan sólo hay tontería en el mundo, y de la misma manera, no es que el mundo sea malo, tan sólo hay maldad en el mundo. ¿Qué hacer para revertir el creciente daño que nos aqueja? ¿Cómo evitar caer en su placentera trampa? ¿En dónde se halla la redención de nuestra especie?", Miguel Martínez nos trae un acercamiento hacia uno de los libros más impenetrables para el mundo profano, Mutus Liber (Libro Mudo), que ofrece consagrar al iniciado con una obra de transformación alquímica para que éste pueda labrarse a sí mismo y alcanzar -tras un arduo trabajo sobre la materia y el espíritu- la piedra filosofal.

Por Miguel Ángel Martínez Barradas 

La historia de los libros es inagotable. A pesar de su vastedad, todavía son muchos los saberes que se nos fugan de las manos. La información pulula, el conocimiento se esconde y la sabiduría mengua en nuestros tiempos. El ser humano parece feliz en su incondicional entrega a la tontería del mundo; pero no es que el mundo sea tonto, tan sólo hay tontería en el mundo, y de la misma manera, no es que el mundo sea malo, tan sólo hay maldad en el mundo. ¿Qué hacer para revertir el creciente daño que nos aqueja? ¿Cómo evitar caer en su placentera trampa? ¿En dónde se halla la redención de nuestra especie?

¡Qué placentero resulta para una preocupante mayoría el permanecer frente a una pantalla! En nada hemos cambiado. En tiempos de Sócrates los individuos se complacían reposando dentro de una caverna viendo imágenes sobre una pared que eran proyectadas por un fuego que estaba por detrás de ellos. Hoy permanecemos sentados y de la misma manera; nunca salimos de la caverna. Si la vida parece miserable hoy, quizás mucho tenga que ver el hecho de que nos alimentamos de manera vergonzosa con comida rápida, que nos complacemos viendo a hombres correr detrás de un balón como si de una escena primitiva se tratase, o que nos vamos a dormir después de haber visto en la pantalla imágenes cómicas y vulgares de cualquier tipo.

Volvamos a una de las anteriores preguntas: ¿en dónde se halla la redención de nuestra especie? Lo cierto es que no hay remedio y que si la salvación existe es, como dice el cristianismo, personal; cada quien es responsable de sí mismo, y en este sentido si nuestra condición es vergonzosa, no es por culpa de alguien más, sino de uno mismo, por lo que iniciar con el cambio de nuestra dimensión interna es imprescindible para modificar la externa. Pero ¿y en dónde podríamos hallar una guía para la investigación de nuestra interioridad? La respuesta es tan obvia como odiosa, en los libros que tanto nos negamos a consumir, pero no en cualquier libro, sino en los buenos libros, aquellos que no persiguen un bien comercial, sino intangible.

Guy Bechtel, en su obra “Los grandes libros misteriosos”, nos habla de un particular volumen del siglo XVII cuyo título es “El libro mudo” y que, como es habitual en las grandes obras humanas, su autor es anónimo. El título del libro salta a la vista desde la primera impresión y cuando uno pasea los ojos por entre sus páginas, comprende el por qué de su título, y es que salvo por unas cuantas, el libro no posee palabra alguna, es mudo, y su contenido lo constituyen un total de quince grabados herméticos que describen el proceso para obtener la piedra filosofal, aquella metáfora humana que nos asegura que es posible transmutar la carne en espíritu, logrando con ello la redención del ser.

De entre las pocas palabras que contiene el “Libro mudo” podemos citar las siguientes: «Aunque quien ha hecho el gasto de la impresión de este libro no ha querido empezarlo ni con carta dedicatoria ni con prefacio, por razones suyas, ha creído no obstante que no le pareciera mal que os dijera que la obra es admirable en esto: que aunque se titule “Libro mudo”, sin embargo todas las naciones del mundo, los hebreos, los griegos, los latinos, los franceses, los italianos, los españoles, los alemanes, etc. pueden leerlo y entenderlo. También es el libro más hermoso jamás impreso sobre este tema y, a lo que afirman los sabios, hay en él cosas que nunca antes han sido dichas por nadie. No hay sino ser un verdadero Hijo del Arte para comprenderlo desde el primer acercamiento. Esto es (querido lector) lo que he creído deber deciros».

Y más adelante: «Libro mudo en el que sin embargo toda la Filosofía hermética está pintada en figuras jeroglíficas, consagrado al Dios de misericordia, tres veces óptimo y máximo, y dedicado sólo a los Hijos del Arte por el autor cuyo nombre es Altus». En las dos citas se hace especial mención en los ‘Hijos del Arte’, ¿quiénes son ellos? Eres tú, soy yo, somos todos, pero sólo hasta que decidimos abandonar la escoria que ahora representamos. Por Arte el “Libro mudo” quiere decir ‘Obra alquímica’, y ésta no es otra que el mundo exterior que habitamos junto con el interior que la mayoría de las veces ignoramos para entregarnos a nuestro afán de mirar pantallas, de ver sombras en la pared de nuestra caverna.

Reza el dicho popular que «una imagen dice más que mil palabras», quizás estas fueron las razones que llevaron al anónimo autor del “Libro mudo” a suprimir todo intento de escritura en él, limitándose sólo a lo esencial. La primera lámina que se nos presenta es la de un hombre dormido junto a una escalera que sube al cielo y que es cargada por unos ángeles, y en la última lámina, la número quince, ese mismo hombre durmiente se muestra ascendiendo al cielo porque ha conquistado la obra alquímica, es decir, ha triunfado sobre sus vicios. Dos misteriosas sentencias cierran al “Libro mudo”: «Te vas, tú que tienes ojos» y «Lee, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás». ¿Qué nos dice esto? Que la revelación únicamente asiste a quienes estudian y trabajan, y no a los perezosos que, felices en su ignorancia, se entregan al placer de las imágenes móviles de sus portátiles pantallas; de igual manera que los antiguos hombres de la tenebrosa caverna en que las imágenes desfilaban por sobre los muros.

Una última condición casi se nos escapa: la del silencio. Si el libro es mudo, es porque la huida del mundanal ruido es obligatoria para quien busca adentrarse en sus abismos. El silencio y el mutismo son hermanos, pero no son iguales, pues el primero antecede a la revelación y el segundo la sucede. La decisión de qué camino recorrer es personal, sin embargo la obra alquímica sólo nos muestra dos alternativas: la primera que consiste en mirar la pantalla hasta morir, o la segunda, más ardua, que consiste en leer, releer y trabajar hasta encontrar.

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Redacción de Exégesis Diario
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